El nacimiento de la criatura

En el mito del Minotauro se narra lo que en una ocasión sucedió en la isla de Creta. En aquellos tiempos, Poseidón le había entregado al rey Minos de Creta un gran Toro Blanco. Este rey debía sacrificar a dicho toro como muestra de gratitud al dios Poseidón. Sin embargo, decidió quedárselo debido a su belleza. Pensó que al dios no le importaría si en su lugar sacrificaba a otro toro de su posesión. Para castigarlo, Poseidón hizo que Pasifae (la esposa de Minos) se enamorase profundamente del toro. Este amor dio fruto a una criatura deforme, el Minotauro, el cual tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro.

La ira de Poseidón era tal que hizo que esta criatura se alimentara de carne humana y que progresivamente se volviera más agresivo. Minos, ante esta vergonzosa situación, acudió a la ayuda del gran genio Dédalo para que construyese un laberinto que encerrase a esta bestia.

Laberinto del Minotauro diseñado por Dédalo
Daedalus, por Brendon Schumacker

Los sacrificios

El rey Minos estableció una rutina de alimentación al Minotauro que consistía en ofrecer siete jóvenes atenienses y siete doncellas cada siete años que serían devorados por esta criatura.

Cuando se acercaba el tercer sacrificio, Teseo se ofreció voluntario para asesinar al Minotauro. Prometió a su padre, Egeo, que cuando volviese de su viaje izaría una vela blanca en su barco y que, si moría, haría que su tripulación izase velas negras. En la isla de Creta, la hija de Minos, Ariadna, se enamoró perdidamente de Teseo y le ayudó a recorrer el laberinto. Para que no se perdiera, Ariadna le dio un ovillo de lana para que él pudiera seguir el camino de vuelta habiéndolo atado a la entrada del laberinto previamente. Teseo consiguió matar al Minotauro con la espada de Egeo y llevó a los demás atenienses que le acompañaban fuera del laberinto.

Entre el júbilo de semejante victoria, Teseo y su tripulación olvidaron poner las velas blancas en sus barcos que indicarían a su padre que vuelve victorioso de semejante viaje. Fue entonces cuando Egeo, quien diariamente se asomaba a lo alto del cabo de Sunión para ver si su hijo regresaba, vio que los barcos tenían velas negras. Asumiendo que su hijo había muerto, se suicidó despeñándose desde dicho cabo cayendo al mar que hoy en día lleva su nombre.

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